viernes, 14 de junio de 2013

14. El sitio perfecto

-Ni con Carol ni con Alma, “nada de sexo” –repetí por quinta vez aquella tarde-. Para eso ya os tengo a vosotros, ¿no? –bromeé.

-A no ser…  -se rió Julio levantando repetidas veces las cejas en su pose más sexy.

-A mí esas cosas no me van, soy más de masturbarme –dijo sobrio Yoel.

Julio y yo lo miramos sin saber si tomárnoslo en serio o no y al final estallamos en carcajadas.

-Pero, a ver –repetí-. ¿Qué significa “Nada de sexo”?

-Joder, qué pregunta tan difícil –bromeó Julio.

-Si ni siquiera nos hemos acostado…

-Bueno, tú sí, con Inés –me golpeó Yoel.

-Pero acostarse con una ex no cuenta –me defendió Julio-. Os lo digo yo.

-Claro, además, ahora significa que puedo tener todo el sexo que quiera con las mujeres que quiera, ¿no?

-Que va, joven padawan –dijo Julio dándome unas palmaditas en la espalda-. Una tía nunca quiere que te acuestes con otras y más si te dice que no quiere acostarse contigo. Lo que Alma necesita es una buena polla.

Yoel negó con la cabeza y le pegó un sorbo a su té helado. Miré con tristeza el botellín de cerveza que descansaba en la mesa. Sin ir al Baco, sin el bueno de Dionisio, emborracharse era demasiado caro y hacía tiempo que no me salía curro. Pero eso de ir a una tetería a media tarde…

Paseé la mirada por el local. Por todos los rincones se veían quinceañeras tomando refrescos. La decoración parecía la del puticlub al que nos había llevado una vez el Chupacabras. Por todas partes había un señor de madera con los ojos cerrados. Cuánta razón tenía, aquello era un muermo. Una tetería…

-Me largo, señores, no soporto estar aquí –dije levantándome de golpe.

-Nosotros nos quedamos –contestó Julio-. A ver si con las nenas de ahí consigo algo.

Señaló con la cabeza a un grupo de chicas que se reían de forma escandalosa.

-Pedófilo –le acusé riéndome.

-Inversión de futuro, claval –me guiñó el ojo.

-Te dejo que me invites, Julio, la próxima paga Yoel.

Estuve dando vueltas por la ciudad y al final pillé el cercanías para ir a hablar con Carol. A aquella hora Alma estaría en la juguetería y podríamos hablar con tranquilidad.

“Buenos Días” me deseó el cartel del residencial, pero en el piso no estaba Carol. Me senté en las escaleras que daban acceso a la puerta de entrada. En la acera aún se veían unas manchas rojas y negras. Viendo aquellas gotas de mi sangre, de alguna forma, me sentí bien, como si aquella acera formase parte de mí. Me miré la mano, me conté los dedos y lancé un suspiro.

Estuve un buen rato observando a la gente. La mayoría tendrían más o menos mi edad, estudiantes de la universidad. A esas horas Carol no tardaría en aparecer por allí.

-Perdona, ¿llevas fuego? –me preguntó un tío de unos treinta años.

Iba vestido con una americana y corbata e inconscientemente me miré la ropa. La verdad es que mis vaqueros pedían a gritos una renovación y la camiseta tenía demasiados chinotes. Le lancé el mechero y se encendió un Ducados. Aprovechando, me saqué el tabaco y empecé a liarme uno.

-No, no, hombre –me dijo ofreciéndome la cajetilla y sentándose al lado en el escalón-. Toma uno de éstos.

-Gracias –le dije-. Qué lujo, que le líen a uno el tabaco –bromeé.

Se rió con elegancia y le dio una calada a su cigarro.

Nos quedamos los dos callados. No llegaba a ser incómodo, cada uno estaba en su propio universo. Nunca había probado un Ducados y me estaba llegado al alma. Tenía un sabor oscuro, que arañaba a su paso hacia los pulmones.

Pasaron un par de chicas de unos dieciocho años y se le quedaron mirando. Él les guiño el  ojo y ellas soltaron un par de risitas tontas y se fueron apresuradas dentro del edificio. Me quedé más tranquilo pensando que no era gay.

-Como adolescentes –dijo el tío.

-Bueno, alguna no estaba mal. Universitarias –afirmé como si aquello zanjase el asunto.

-Sí, universitarias –afirmó.

Llevaba la barba perfectamente recortada y el pelo peinado con gomina hacia atrás. Debíamos parecer una pareja de lo más extraña. Al mirar su camisa impecablemente planchada me puse a estirar instintivamente mi camiseta.

Se levantó un momento, subió a la puerta del residencial  y volvió a venir.

-¿Esperas a alguien? –le pregunté.

-Sí, tú igual, ¿no?

-Sí, igual.

-Nunca había estado aquí –comenzó a explicar-. Es el sitio perfecto –dijo lanzando una mirada alrededor.
Seguí su mirada pero no entendí lo que quería decir y me quedé en silencio. Bajé la cabeza y me encontré la sangre seca en la acera.

-Es un buen sitio –afirmé con convicción.

-Sí, lo es. Me gusta ir a sitios nuevos –continuó-. La ciudad está llena de lugares en los que nunca he estado. En una ciudad así, grande, es normal, pero siempre se me hace especial ir a un sitio nuevo.

-¿Por algo en concreto? –le pregunté saboreando el cigarrillo.

-Por algo muy sencillo. Si las cosas sólo nos ocurriesen en nuestro barrio, o cerca de casa, en los bares conocidos, condicionaríamos esos lugares con todo lo que nos ha pasado. Qué se yo, imagina que tienes un accidente en esta calle –lo miré levantando las cejas y afirmé lentamente-, esta calle pasará a ser un sitio especial, de algún modo.

-Sí, el recuerdo queda en esta calle.

-Sí, el recuerdo queda en esta calle. Pues entonces, piensa en todos los lugares nuevos y vírgenes en los que puedes tener recuerdos algún día. Si dejas que todo te pase en el mismo sitio, al final los malos y los buenos recuerdos se te mezclan.

Me entraron ganas de huir de allí. Pegué una fuerte calada y noté que se me erizaban las neuronas. Me lo acabé mucho antes que él y volvió a ofrecerme otro. Lo saqué de la cajetilla y se la devolví.

-Si no aparece Carol, me voy a terminar tu tabaco –le dije riéndome.

-¿Carol? –preguntó.

-¿La conoces?

-No, no la conozco, pero es a quien estoy esperando –dijo, sin más.

-¿Pero la has visto alguna vez?

-No.

-¿Entonces?

-Me han dicho el timbre y lo que hago es sentarme a esperar. ¿Tú sabes quién es? –me preguntó. Esperó a que afirmase- Bien, así no tengo que levantarme a tocar de nuevo.

Volvimos a quedarnos callados. La escena se me escapaba.

-¿Carol es tu novia? –me preguntó a bocajarro.

-No, no –contesté con prisas-. No es mi novia.

-Entiendo –afirmó riéndose de forma elegante.

-Es una buena amiga –afirmé-. Ya sabes, nada de sexo.

-Sí, cuando no hay nada de sexo se le suele llamar amistad.

-A no ser que sea una ex –dije riéndome al recordar a Julio.

-Claro, a las ex te las puedes tirar cuando quieras –afirmó serio.

Estuvimos un buen rato esperando en silencio y al final apareció Carol. No se puede decir que se alegrase especialmente de verme.

Se acercó y me dio dos besos.

-La famosa Carol –dijo aquel tío.

-Sí –dijo ella sin entender- Y tú eres…

-Soy muchas cosas pero me llaman Uve. –Carol giró la cara y se me quedó mirando con los ojos abiertos como platos-. He venido a recoger las cosas de Alma.

miércoles, 27 de marzo de 2013

13.Atravesando el umbral.



Miré hacia arriba desde las escaleras. Carol nos miraba agarrada a la barandilla con tensión. Martín también se había detenido.

-Ponte algo, nos vamos.- le dije a Carol.

A los cinco minutos apareció saliendo del portal. Mientras esperábamos Martín se había liado uno y ambos lo compartimos en silencio.
Nadie dijo nada durante todo el camino, nos limitamos a mirar cada adoquín, a cada paso. Éramos como entes fríos buscando el umbral para pasar al otro lado y encontrarnos con un dios que nos diera consuelo y el secreto para volver de nuevo, y esta vez, sanos, a la vida.

Dionisio puso nuestras copas sobre la mesa. Al fin alzamos la mirada.

-Bueno, en algún momento tendremos que hablar ¿no?-les dije.

-¿De qué? ¿De lo de Inés, de vuestro sexo lésbico o de mi falange sin dedo?-se soltó Martín.

- Si todo te importa una puta mierda puedes coger y largarte. –le dije.

-Oye, era una pregunta seria. Me perdí sobre la primera parte de la historia, no sé vosotras.

- Yo solo digo,-comenzó Carol.-que podríamos olvidarnos de todo eso durante un momento.-una lagrima le recorrió la cara y nos inclinamos hacía ella.

-¿Quieres hablar sobre ello?- le dijo Martín.

-Vamos, lo único que quiero, es seguir viendo que estáis ahí. Solo me habéis traído problemas desde que entrasteis en mi vida. Pero sois lo único que tengo. Y os necesito ahora. Antes de que muera alguien. Luego siempre es tarde…tarde…-balbuceaba Carol.

La abracé mientras Martín le agarraba la rodilla. Todo se nos había ido de las manos desde un principio, pero se había creado algún tipo de vínculo que merecía intentar ser salvado. De hecho, Carol fue la que me había dado un sitio cuando me vi en la calle sin nada, nunca le había dado las gracias. Sin duda le debía una.

-Venga Carol, no llores, por mi parte voy a intentar dejar de hacer el capullo con vosotras –dijo Martín.

- Gracias… ¿Alma?- Carol me miró.

- Yo también voy a procurar empezar de cero. –me quedé pensativa

-¿Pero?-vio Martín.

- Hay una condición. Y creo que es lo que hará que todo funcione. –le dije.

-¿Cuál?

-Nada de sexo entre nosotros. Bajo ningún concepto.- declaré. –Si vamos a ser amigos hagámoslo bien. Sin suicidios innecesarios.

Carolina miró a Martín y luego, mientras dirigía la vista al suelo, asintió.

- Si no hay más remedio…acepto. – dijo él.

- Bien. Pidamos otros whiskys. –dije.- Hoy nos quedaremos hasta que nos echen del local.

miércoles, 20 de marzo de 2013

12. De botellines y secretos

-Me teníais preocupado –Martín apareció al otro lado de la puerta cuando abrí esperando que fuese el repartidor de pizza. 

-Martín... No te esperaba.

-Niña, ¿qué querías? Después de la noche de la movida con el Chupacabras llevo un par de semanas sin noticias vuestras... Esperaba que aparecieseis en el Baco en algún momento, pero si Mahoma no va a la montaña...

-Ya... ¿Qué tal tu dedo? –intenté cambiar de tema.

-Mi no-dedo, querrás decir –dijo mientras me enseñaba la falange que le quedaba en el dedo meñique-. ¿Puedo pasar? –ya era tarde para decir que no.

-No hables muy alto, Alma está descansando en su habitación.

Martín se sentó en el sofá mientras yo cogía un par de botellines de cerveza de la nevera. Justo cuando guardaba el abridor llegó la pizza.

-He dejado el grupo.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Era el Chupacabras o yo.

-Tú eres mejor que el Chupacabras.

-Sí, pero Yoel y Julio no querían echar a nadie y él no quería irse, así que me he ido yo.

-¿Y estás bien?

-Bueno, yo sigo igual. Sigo viendo a Julio y a Yoel en el Baco, y evito encontrarme con el otro. Por lo demás...

Hubo un largo silencio. No sé cuánto duró. A mí me pareció eterno. Quería decirle mil cosas, pero no me atrevía a decir ninguna. La noche de la pelea fue fatídica para los tres. Alma perdió un pedazo de su alma, Martín un dedo y yo... Yo no sé si perdí o encontré.

-Siento no haberte acompañado al hospital –dije al fin-. Me daba miedo dejar a Alma sola en ese estado...

-No te preocupes, fui a ese centro de salud que hay al otro lado de la calle. Preferí no tener que coger el coche por si acaso. ¿Qué tal estuvo Alma?

-Mal. Estuvo un par de días apenas sin dirigirme la palabra y ahora creo que está arrepentida. No lo sé muy bien, no hemos hablado de lo que ocurrió.

-Me gustaría verla.

-Ahora no puede ser, está dormida.

Martín se levantó, cogió el portátil y puso algo de música. With or without you, de U2. Nos quedamos largo rato callados, escuchando la canción. Mirándonos, a ratos.

-Carolina, me gustaría preguntarte algo.

Nunca le había visto hablar tan en serio. Siempre andaba de cachondeo. Me lo dijo mirándome a los ojos como nunca me habían mirado y un escalofrío recorrió mi espalda. Tragué saliva e hice un gesto para que continuase hablando.

-¿Por qué te pusiste tan nerviosa cuando te pedí que condujeses?

-Llevaba mucho tiem... –me interrumpió.

-No me digas que llevabas mucho tiempo sin conducir, era algo más que eso. Había miedo en tus ojos, pero también otras muchas cosas que no supe identificar. Te quedaste paralizada.

-Martín, no sé si quiero hablar de eso contigo.

-O sea, que hay algo.

Me levanté sin decir nada y fui al baño a mojarme la cara. No estaba preparada para eso. Me miré al espejo y vi inseguridad en mis ojos. Me desnudé y me metí a la bañera. Dejé que se llenara mientras el agua golpeaba mi espalda, hice espuma y me tumbé.

Creo que había pasado más de media hora cuando Martín llamó a la puerta preguntando que si estaba bien. No respondí. Hubo un largo silencio y después abrió la puerta con una caja de botellines en la mano. Yo estaba llorando y empezamos a beber en silencio.

Cuando ya estaba lo suficientemente arrugada por el agua y lo suficientemente borracha, Martín me sacó de la bañera, soltó el tapón y me secó delicadamente con una toalla con la que después envolvió mi cuerpo.

Volvimos al sofá y entonces, con la intimidad propia del alcohol y la penumbra, le conté todo aquello que en su día le conté a Alma. Y, como ella, fue perspicaz y supo que había algo más. No insistió para que se lo contara y yo se lo agradecí. Nos abrazamos largo rato en silencio, sintiendo el calor que nos ofrecíamos el uno al otro, hasta que Alma se despertó.

Se quedó mirándonos desde la puerta y farfulló algo antes de marcharse dando un portazo. “Increíble”, me pareció que decía. Martín y yo nos miramos extrañados y él decidió ir tras ella. Mientras bajaba las escaleras del portal grité:

-¡Estaba embarazada!

miércoles, 2 de enero de 2013

11. Un puto superhéroe

Me quedé mirando a Alma que desde el suelo me recriminaba que hubiese ido a buscarla. Ni siquiera hizo amago de cogerme de la mano que le tendía. A mi lado se colocó Carol y pude ver como Alma le lanzaba una mirada extraña.

-¿Qué te has metido algo? –le pregunté mirando sus ojos rojos, las ojeras y su mirada perdida.

-¿Quién te ha dicho que puedes pasar? –escuché una voz a mi espalda.

Justo me volví y me encontré al Chupacabras con una erección que se asomaba en la bata que llevaba.
Me quedé de piedra.

-¿Qué coño haces aquí con el mierda éste? –me volví gritando a Alma. 

-¡Eres un mierda! –me chilló Alma desde el suelo con una voz ronca y extraña. 

La cogí del brazo para que nos fuésemos y tiré de ella. Pero me mordió y se apartó de mí.

-¡Déjala que se quede si quiere! –me gritó el puto Chupacabras desde detrás. 

Tal y como noté su mano en el hombro para que me fuese, me giré y le lancé un puñetazo. Me crujió la mano cuando chocó contra su cara y noté como su cuerpo cedía, cayendo hacía atrás hasta que su cabeza chocó contra el suelo. 

Empezó a sangrar por la sien y se quedó allí tirado, gimiendo y sujetándose la cabeza con la mano, con la bata abierta y su polla dura alzándose entre sus piernas.

-¡Vámonos! –grité a Alma y Carol, pero se habían quedado paralizadas mirando la sangre que ya hacía un charco en el suelo y ninguna hizo amago de irse. 

Me sujeté la mano del dolor y volví a decirles que nos fuésemos de allí. 

-¿Qué te crees un puto héroe?-me chilló Alma.

La cogí del brazo de nuevo y traté de levantarla pero se apartó de un tirón y se fue al otro lado de la habitación. De repente cogió una bolsa con pastillas que había encima de la mesa y empezó a meterse  todas de golpe en la boca.

-¡Alma! –se lazó Carol a detenerla, pero Alma ya estaba tragándose las pastillas.

-¡Los dedos! ¡Métele los dedos! –le grité. 

Carol la sujetó con una mano y con la otra le metió los dedos en la boca hasta que Alma empezó a vomitar.
Justo en ese momento noté todo el peso del Chupacabras en el costado y me lanzó al suelo y empezó a darme puñetazos.

-Eres un puto hijo de puta –me dijo mientras me hundía el puño en un ojo. 

 Intenté apartarme y conseguí tirarlo al suelo junto a mí y me levanté dándole una patada entre las piernas que lo dejó paralizado mientras se sujetaba el bajo vientre.  Carol gritaba y Alma no dejaba de vomitar, manchándolo todo de un líquido de color brillante.  

-¡Al coche! – les grité a Carol y Alma. Carol empezó a arrastrarla hasta la puerta, pero desde el suelo el Chupacabras le sujetó el pie cuando pasaron por nuestro lado.

-¡No la toques, hijo de puta! –le grité dándole otra patada. 

Alma consiguió librarse pero se dobló en el suelo y empezó a vomitar de nuevo mientras Carol impotente intentaba arrastrarla hacia afuera.

-¡Déjala! ¡Sal al coche! –grité a Carol. Ella se me quedó mirando y le hice un gesto con la cabeza, diciéndole que todo iría bien. Salí con ella fuera dejando a Alma y al Chupacabras dentro.

-¿Tienes el carnet? –le pregunté gritando a Carolina mientras sacaba las llaves del viejo coche del bolsillo. Ella se quedó paralizada y pálida y lentamente afirmó con la cabeza, pero acto seguido empezó a negar.

-No, no, yo sólo voy en tren, hace años que no conduzco... –musitó con una voz que apenas se escuchaba.

-¡¿Tienes carnet o no, joder?! –le grité. Lentamente afirmó y no le di tiempo a que se negara  –Entonces tú conduce, no pienso dejar a Alma aquí.

Le lancé las llaves, las recogió y volví a entrar al local del Chupacabras. 

Nada más entrar, vi una sombra que caía contra a mí y el Chupacabras me hundió la rodilla en el pecho. 

Caí al suelo junto a Alma y pude verla allí tirada, de lado, casi ahogándose en su propio vómito.

-No pienso largarme sin ella.

-No quiere irse contigo –me dijo el Chupacabras mientras me daba una patada en el costado.

-Me da igual –gruñí casi sin voz.

Me arrodillé junto a ella y empecé a rodearla con los brazos para intentar que se alzara.

-¡Suéltala! –me gritó el Chupacabras.

Me giré hacia él y vi que sujetaba una navaja en la mano. Me quedé paralizado.

-¡Suéltala! -me volvió a gritar.

Volví a rodearla con los brazos y la levanté un poco mientras trataba de llevarla hacia afuera.

El Chupacabras se acercó corriendo, me lanzó un navajazo hacia la cara y, como pude, lo paré con la mano derecha  de la que empezó a salir sangre a borbotones. Noté un dolor puntiagudo que me recorrió desde la mano hasta las encías, y con los ojos cerrados de dolor le lancé la mano herida a la cara y se la llené de sangre. Lo rodeé con los brazos y conseguí tirarlo al suelo y que soltara la navaja. 

En el suelo empecé a darle patadas, una detrás de otra, en la cabeza, en el pecho, en las piernas. Cuando se quedó quieto, rodeándose el cuerpo con las manos, fui corriendo hasta Alma y me agaché para recogerla en brazos. Conseguí llegar al coche y sentarme con Alma encima en el asiento de copiloto y cerré la puerta justo cuando el Chupacabras llegaba detrás de nosotros,  desnudo, con todo el pecho brillando de sangre y aún con la erección. 

 -¡Arranca, arranca! –grité a Carol. Pero ella no reaccionaba.  

El Chupacabras se colocó junto a mi ventanilla y empezó a golpearla con el codo. Los golpes que daba retumbaban en el coche y parecía que el cristal se rompería en cualquier momento.

-¡Conduce, joder, arranca! –grité a Carolina, pero ella no reaccionaba. Se limitaba a sujetar el volante y mirar hacia delante, sudando, paralizada, ausente, sin decir nada, como si fuese una estatua. 

Le giré la cara con la mano que no tenía herida y vi que tenía la miraba fija en un punto que estaba detrás de mí, a kilómetros de mí, con los ojos desenfocados como si mirase desde el fondo de un pozo.

-No... no puedo. –musitó apenas.

-¡Carol! –la zarandeé–¡Tenemos que irnos!

Quité el freno de mano y el coche se deslizó lentamente hasta chocar contra el coche de detrás del que saltó la alarma. Le quité las llaves de las manos y arranqué el motor y empecé a girar como podía el volante.
Alma empezó a vomitar dentro del coche y me entraron arcadas, el jodido Chupacabras no dejaba de gritar desde fuera del coche y de lanzar golpes contra la ventanilla, la alarma del coche de detrás no dejaba de sonar y Carolina continuaba ausente mirando hacia el frente sin hacer nada.

-Carol... –dijo Alma con lágrimas en los ojos- todo eso ya pasó, -y comenzó de nuevo a vomitar- ya pasó, ya pasó –murmuraba mientras yo le limpiaba con la camiseta las babas de los labios y le manchaba la cara de sangre.

Lentamente Carol comenzó a despertar y con lágrimas en los ojos metió la primera marcha y se le caló el coche. La ventanilla estaba a punto de reventar por los golpes del Chupacabras. Carolina volvió a arranchar, metió primera y aceleró. Alma gimió y vomitó contra la ventanilla empezó a llorar. El Chupacabras se puso delante del coche y Carol hizo marcha atrás hasta la primera bocacalle y, chocando contra la acera y una farola, consiguió sacarnos de allí mientras el Chupacabras corría detrás de nosotros, desnudo, con la polla aún tiesa y gritándonos que éramos unos hijos de puta. 

 Cuando ya estábamos a unas calles de allí, abrí la ventanilla y ayudé a Alma a que se girara y asomase la cabeza para despejarse. Siguió vomitando dejando un reguero por el asfalto y salpicando el coche. El aire que entraba por la ventanilla era fresco y parecía que nos iba a cortar la piel.

Carol se limitaba a conducir, sin decir nada, mirando hacia el frente. Sólo pareció reaccionar cuando nos paramos en un paso de peatones y cruzó una madre empujado un carro con dos bebés. Ella se limitó a parpadear, como si despertase, y sonrió con tristeza hasta que el semáforo se puso en verde y volvió a quedarse ausente mientras conducía. 

Yo cada vez me sentía más cansado y los latidos me retumbaban en los oídos.

No conocía aquella parte de la ciudad y no supe dónde estaba hasta que vi el cartel que anunciaba “Residencial Buenos Días” y empecé a reírme a carcajadas.

Carol aparcó el coche en la misma puerta del edificio, en las plazas reservadas para discapacitados. Abrí la puerta y ayudé a salir a Alma y la senté en la acera. Carol no salía del coche y me acerqué a ver si todo seguía bien. 

Ella estaba paralizada de nuevo, sudando, con lágrimas en los ojos y con los labios temblorosos. Abrí la puerta del conductor y traté de ayudarla a salir pero tenía las manos aferradas al volante, como si estuviese encadenada a él. Haciendo fuerza conseguí que lo soltase y prácticamente la arrastré fuera del coche. El asiento estaba manchado de sangre.

-¿Estás bien? –le pregunté mirando que también llevaba el pantalón manchado de sangre por detrás.
Ni siquiera contestó y fue a sentarse en la acera junto a Alma.

Sin meterme en el coche, quité el freno de mano y empujé el coche hasta una plaza vacía que había al lado de las de discapacitados y regresé y  me acuclillé junto a ellas. 

Noté un latigazo que me recorrió todo el brazo y volví a tener conciencia de mi propio cuerpo. Agaché la cabeza y vi el charco de sangre que se formaba en el suelo. Estiré el brazo como pude y me miré la mano.

-Me parece que me falta un dedo –indiqué sin más mientras veía como el suelo se levantaba hasta chocar con mi frente haciendo que todo se oscureciera.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

10.aflorar y destrozar

-Espero que estés disfrutando del petardo que te estas rustiendo tu sola.

La sala estaba repleta de humo y nosotros íbamos demasiado colocados como para vivir verticalmente. Tosí. Estaba espachurrada en el sofá, con El Chupacabras más cerca de lo que jamás hubiera imaginado nunca. Le miré intentando convencerme de que visto de cerca ganaba mas. Pero que va, todo el estaba mal echo. El pelo sin vida encrespado, las cejas disparando pelos por todos lados, su nariz era grande, pero es que esos ojos tan pequeños la hacían aún mas enorme. Me daban escalofríos de pensar en todas las mujeres que habían tenido que besarle, por dinero, si, pero aún así
sentía lastima por ellas. Lástima por las cinco felaciones semanales que iba sin falta a buscar al club. Tosí.

-Toma, de momento no soy tan mala.-se lo dí y se movió de una forma sorprendentemente hábil. Ni noté que me lo quitaba de la mano.

-¿Por qué yo Alma? ¿ Por que aquí? Normalmente ninguna tia se atreve a pasar de la puerta principal. Llegaste a noche y te hice el favor. Estoy intrigado,que quieres que te diga. Vamos a abrir el Cutty Sark, anda.

Despegó el culo del sofá. Recordé que íbamos los dos en bata, no nos habíamos vestido tras la noche anterior. La llevaba abierta. Decidí no volver a mirar.

-Colega, son las siete de la tarde ¿vamos a comenzar ya a beber?

-¿Tu tienes algo mejor que hacer?- dijo desde la cocina. Volvió con dos copas cargadas hasta arriba.-No tengo hielo, espero que la señorita pueda soportarlo.

Bebimos en silencio mirando al vacío.

-Eres la persona que menos se parece a alguien con corazón que conozco. -El Chupacabras me miró sin entender.-Por eso tu.- di otro sorbo.

-He, he...no empecemos a insultarnos todavía. A mi las bocas sucias me gustan en la cama.

-No lo entiendes ¿no ves que te estoy diciendo esto con admiración? Mira, ninguna forma de amor funciona ,la cuestión es ir a cortar de raíz.- Dí un manotazo en la mesa.- Si no soy humana, no hay amor, y si no hay amor, no hay sufrimiento.- notaba como la mariguana dominaba mi mente,construiendo una nueva dimensión en la que todo cobraba sentido.- Si no sufro seré feliz.- Tosí.

-¿Y que esperas,convertirte en una jodida piedra?

-Quiero destruir cualquier,óyeme bien, cualquier, atisbo terrenal que haya en mí.

-Pues bienvenida a mi hogar. ¿ Por qué no comienzas mamandomela?

Me senté sobre el y comencé a desabrocharme la bata,insinuándome.

-¿ Y eso no sería un acto de caridad, Chupacabras?-Dije en su oído.

- Te he acogido aquí, hasta alguien sin corazón como yo tiene algo de caridad.
Bajé reptando por su barriga cervecera  hasta tener su polla frente a mi, el me acariciaba disfrutando antes de tiempo de lo que iba a pasar. Agarré su miembro fuertemente y clavé mi mirada en sus ojos. Sonó el timbre.

-¿Esperas a alguien?

-Alomejor és el que me pasa el speed, suele pasarse por aquí cuando tiene buen material.

 -No habrás, tengo algo interesante entre manos...

-Sal de aquí- me empujó hacía el suelo.-esto vale mas la pena.

Caí notando el suelo, duro y frio, directamente en mi culo. No había tenido tiempo a levantarme cuando apareció en el salón.

-¿Que haces aquí?-le dije a Martín.

- Julio me llamó, para soltarme que te había visto con este. -Me tendió la mano para ayudarme.- Levantate. Hemos recorrido media ciudad buscandote.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

9. Problemas


-¿Alma? ¿Problemas? ¿Pero tú me has visto? No creo que esté preparado...

-Pues te jodes. Todo esto es por tu culpa, así que tendrás que estar preparado. ¡Cómo se te ocurre...!

-¡Carol, Carol! ¡Tranquilízate! –hizo una seña a Dionisio para que nos sirviese algo-. Está bien, venga, cuéntame qué ha pasado... No puede ser tan grave.

Los recuerdos de la noche anterior se agolparon en mi mente. No sabía bien por donde empezar a contárselo y fui soltando las cosas según venían a mi mente.

Cuando Alma terminó de vomitar y terminaron los aplausos, Martín se quedó en el baño para darse una ducha. Alma salió con lágrimas en los ojos. Yo estaba esperándola en la cocina, pero se fue corriendo del piso. Rápidamente cogí todas nuestras cosas y fui tras ella.

Me dijo que necesitaba emborracharse y, a duras penas, conseguí llevarla primero a mi piso para que se diera una ducha. Le di algo de ropa limpia y nos fuimos.

-Al Baco no. En el Baco estará Martín. No quiero volver a verle.

Sugerí varios sitios, pero todos le recordaban a Uve o alguna parte de su pasado a la que no tenía ganas de enfrentarse aquella noche.

Se detuvo frente a una gran puerta. Había un portero gordo delante con cara de pocos amigos, y se escuchaba un gran estruendo procedente del interior cada vez que se abría. El garito tenía pinta de tener aún menos ventanas que el Baco (que sólo tenía una, en el aseo de mujeres) y de ser más oscuro que las profundidades de una caverna. Pero Alma se paró justamente frente a esa puerta, sobre la que se podía leer “Eskorbuto” en letras de neón azul.

-Aquí.

Me arrastró dentro, ante la curiosa y divertida mirada del portero, que no se atrevió a decir ni una palabra.

-Dos whiskys, por favor –pidió al camarero.

No me atreví a decir nada. Me limité a beber y observar a mi alrededor, mientras la música heavy a todo volumen machacaba mis tímpanos. Me despisté un momento y, al darme la vuelta, vi que Alma estaba charlando animadamente con un chico bastante mono escondido detrás de una larga perilla. Su amigo se acercó a hablar conmigo.

-Seguro que no tienes ni idea de la maravilla que estás escuchando ahora.

-Pues no, la verdad.

-Es Korpiklaani, un grupo de folk metal de Finlandia.

-Qué interesante... Cuéntame más... –lo dije sarcásticamente, pero el tío pareció no entenderlo (o no querer entenderlo) y siguió hablando de un montón de cosas que no me interesaban en absoluto.

Cuando conseguí quitármelo de encima, vi que Alma estaba demasiado contenta con su nuevo amigo y fui a ver qué ocurría.

-Tronca, tu amiga es muy divertida, deberíais venir más a menudo.

-Alma, ¿estás bien? ¿Quieres que vayamos a otro sitio?

-Claro que está bien, ¿no ves lo que se está divirtiendo?

-La has dado algo, ¿verdad? No es normal que esté así. Y menos después de todo lo que ha ocurrido hoy.

-¡Eh, eh! Tranquilita, que yo no la he obligado a nada. Me vio comerme un tripi y me pidió uno... y yo no niego un poco de alegría a un corazón deprimido.

-¿¡Que has hecho qué!? ¿Le has dado droga a Alma? ¡Dios mío! No sé cómo he consentido que acabásemos en un lugar así... ¡Alma! ¡Venga, Alma! ¡Nos vamos a casa!

-¿A casa? Venga, Carol... ¡un ratito más! ¿No ves lo divertido que es esto?

Conseguí sacarla del local y paré un taxi que nos dejó en la puerta de casa. Por el camino, Alma iba como en una ensoñación. Temí que le estuviese pasando algo, pero al entrar en casa empezó a llorar.

Sin que yo dijese nada empezó a hablar. Me serví una copa de whisky, y un vaso de agua para ella, y me limité a escuchar. Me habló de Uve, de lo feliz que era a su lado. De cómo decidieron vivir juntos y compartir el resto de sus vidas. De cómo la convivencia fue mermando la relación. De cómo el sexo acabó siendo lo único que les unía. De cómo el sexo empezó a fallar después. De cómo Uve la dejó en un local sin ventanas. Me habló de la punzada que sintió cuando descubrió que Martín se había acostado con Inés esa misma noche. “Me lo había prometido”, dijo.

Yo dejé que se desahogase y que sacara toda la mierda que llevaba dentro. Después tuvo un momento de lucidez y me pidió que le contase cosas, que si tenía que estar triste, también quería escuchar mi mierda. Y yo, por culpa del alcohol, le conté más de lo que me había atrevido a contarme a mí misma.

Me remonté a aquella noche hacía cuatro años. Acababa de cumplir los 22 y era muy feliz con Mario. Él vivía solo y yo pasaba más tiempo en su casa que en la mía. Dormía allí la mayoría de las noches y tenía  mucha de mi ropa en su armario.

Aquella noche era la fiesta de cumpleaños de un buen amigo. Por la tarde habíamos tomado un par de copas, pero había que coger el coche para ir al local. Conduje yo, pues había bebido menos.

Llegó una curva mal tomada y mi coche se estrelló contra un árbol. Mario murió en el acto. Yo estuve varios meses en el hospital. Nunca había logrado recuperarme, a pesar de estar un par de años yendo al psicólogo. Decidí estudiar filosofía después del accidente.

Tras contar todo esto a Alma me quedé titubeando. Pensé que quizá había hablado demasiado. Al fin y al cabo, dos días antes estaba temiendo que me hubiese robado algo por haberla dejado sola en mi casa, y ahora estaba viviendo conmigo y yo le había contado algo que jamás me había atrevido a contar.

Pero Alma era lista y sabía que mi titubeo no se debía sólo a la desconfianza. Sabía que no le había contado todo.

-Hay algo más, ¿verdad? –no me atreví a responder-. Tranquila, no te voy a pedir que me lo cuentes. Simplemente quiero saber si hay algo más.

Afirmé con la cabeza mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Alma me abrazó. Un escalofrío me recorrió la espalda. Llevaba años necesitando un abrazo como ese, y nadie había sido capaz de dármelo.

Decidimos que era hora de acostarnos y nos fuimos cada una a su cuarto. Alma apareció en el mío unos minutos después diciendo que no podía dormir. Se metió en mi cama y me besó. No fue nada sexual, fue un beso dulce, una expresión de amistad más que otra cosa. Pero yo estaba borracha y vulnerable y convertí ese beso en una noche de pasión desenfrenada.

Al despertarme por la mañana, Alma no estaba. Había una nota en mi escritorio, “Lo siento, Carol”.

-Tienes que ayudarme, Martín.

-¿¡Os acostasteis!? –le eché una mirada fulminante y comprendió-. Vale, vale. Me dio la dirección de Uve para que fuese a por sus cosas... Tal vez podríamos empezar por ahí.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

8. A sal y plástico

-Se necesita un tercer acto –me decía Inés, inmersa en sus apuntes de literatura.

-¿No vale sólo con dos?

-No, es como si después de los preliminares y de hacerlo, no me hicieses tener un orgasmo. Aunque... espera... –dijo riéndose y haciéndomelo pasar mal.

Se me acercó, me dio un beso y, pese a mi insistencia, se hizo a un lado y continuó estudiando dramaturgia. Entonces me vi como si me mirase desde el techo, allí sentado, mirando hacia el techo y tratando de encontrarme. Al menos allí no me encontraba, o quizá no quería encontrarme.

El concierto terminó pronto aquel día y nos sentamos en la terraza de una heladería que aún estaba abierta.

-Me vas a dejar, ¿verdad? –me preguntó Inés con sencillez.

Me quedé mirándola. Sabía tanto como yo que aquello tenía que llegar a su fin y, simplemente, daba la casualidad de que justo el fin era aquel día. Afirmé con un movimiento de cabeza y una media sonrisa que señalaba lo inevitable.

-¿No es un tópico que me dejes en una pastelería? –se soltó con un nivel de voz que atrajo la mirada de algunos curiosos. 

-Es una heladería.

-Lo mismo es.

-Yo te iba a dejar después, con todo. 

-Eres un mierda.

No contesté y se limitó a seguir saboreando lentamente su helado de chocolate y nata con sirope, mirando a la gente de alrededor y empezando a llorar en silencio, sin un sollozo. El rímel dibujaba las lágrimas en sus mejillas, le brillaban los ojos y en sus labios había una sonrisa triste que la hacía estar preciosa. 

-Venga, vámonos a otro sitio. 

-¿Es que ya no me quieres? –me preguntó en un murmullo.

-No tiene nada que ver con eso. Claro que te quiero.

-¿Entonces?

-Hay más cosas que el amor –afirmé como si aquello lo explicase todo.

-Si me quieres no tendría por qué faltar nada.

-Entonces será que no te quiero.

Se quedó callada de golpe, como si de verdad pensase que no la quería, como si tratase de convencerse de que la dejaba porque simplemente yo no la quería, como si se limitase a atar cabos.

Inés siguió tomándose su helado y, como podía, aunque no sirviese para nada, se limpiaba las mejillas con un pañuelo de papel. Al final se manchó el vestido de helado y me reí al verla luchar contra aquella situación, el helado y sus lágrimas. Me incliné sobre la mesa y extendiendo la mano le acaricié la mejilla para tranquilizarla. Se quedó mirándome, paralizada, y me acerqué para besarla.

-No, no, ahora no me beses –musitó. Pero no se apartó. Sus labios sabían a sal y plástico, a lágrima y maquillaje. 

Después, de repente, se levantó llorando y, gritando que era un imbécil, lanzó el helado contra la mesa, salpicándome la cara con lágrimas de chocolate. Después se largó atravesando la terraza de la heladería y molestando a todos los clientes.

La gente me miraba como si les hubiese agriado el helado y, sin más, limpiándome con las manos las gotas de helado de la cara, me limité a reírme a carcajadas. 

Traté de huir, aquella vez andando, pero todos los caminos llevan al Baco, que estaba abierto, a oscuras, a solas con mi alma.

-Va y se pone a hablarme de amor. Qué susto –le dije a Yoel mientras levantaba el tercer último whisky y me reía sin querer reírme. Iba a animarle a brindar pero Yoel no bebía más que té y cosas de esas y me pareció peligroso mezclar en un mismo brindis mi pequeño escocés con a saber qué bebía Yoel.

-Me estás liando. ¿Quién te hablaba de amor? ¿Inés o Alma?

-Qué más da. Las dos. Yo qué sé. ¿Crees que he hecho bien? –le pregunté a Yoel.

-Le ibas a hacer daño tarde o temprano.

Charlar con Yoel era como hablar conmigo mismo, más que nada porque él ni siquiera hablaba, tan sólo respondía con lo que yo mismo debía pensar. Todo era un monólogo pero con la reconfortante sensación de que no tenía que pensar por mí mismo, sin la necesidad de ponerle palabras a todo lo que en realidad yo pretendía esconderme. Terminaba por ser duro, pero al menos era un chupito de realidad que pasaba ligero, sin abrasar la garganta.

-Ni siquiera tenía ganas de hacerlo, estaba mareado, pero...

-... la llamaste de todos modos.

-Sí, aunque, qué más da, la acabo de conocer y ni siquiera pensaba que Inés iba a venir.

-La llamaste para que te dijese que no.

Maldito Yoel. Quizá tendría que haber llamado en su lugar al Chupacabras. Ahora mismo estaríamos cantando, borrachos y tirados por el suelo del Baco, mientras Dionisio cogía la escoba y nos barría hasta un rincón oscuro en el que no molestaríamos a nadie. Incluso Julio podría ser reconfortante, siempre que no tuviese que aguantarlo por la mañana. En cambio Yoel... Yoel tenía toda la razón del mundo.

Alma salió de la habitación, dejando un vacío terrible en la cama, a mi lado, dentro de mí y a todo mi alrededor. La idea daba vueltas por la habitación y cuando supuse que Alma y Carol estarían dormidas, la llamé por teléfono.

-¿Vienes a pasar la noche al piso? 

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.

-¿Hola?

-Sí, sigo aquí, tranquilo –contestó Inés-, pretendía hacer un silencio dramático.

-Funcionará mejor en el teatro.

-Sí, sin duda.

-Entonces...

-Tengo novio, Martín.

-Yo tengo dos novias. Si a ti te da igual, a mi me da igual.

Volvió a hacerse el silencio y entendí que volvía a ser un silencio dramático, un silencio dramático demoledoramente eterno que se interrumpió cuando el móvil empezó a vibrar entre mi mano y mi oreja.

-Perdona –dijo Inés cuando descolgué su llamada-. Se me había acabado la batería.

-Me lo imaginaba.

-Voy.

-No toques al timbre que estoy en la cama. ¿Tenías unas llaves, no?

-No, ya te dije que no tenía llaves.

-Inés... –insistí. 

-Vale, en nada estoy allí. 

Llegó cuando la habitación aún estaba dando vueltas alrededor de mí. Ella se acercó desde la esquina superior del techo y se quedó mirándome, riendo y negando con la cabeza.

-Déjame adivinar. Por tu estado o vienes del dichoso Baco o de un concierto.

-Bingo –acerté a decir mientras la miraba acercarse desde la izquierda y la derecha a la vez. 

Dejó la chaqueta y el bolso en una silla y se echó en la cama junto a mí, abrazándome y comenzando a besarme el cuello y el pecho. 

-¿Ya estás desnudo? –se rió mirando debajo de las sábanas.

-En calzoncillos. Así va todo más rápido. 

-Entonces te los tendrías que haber quitado –dijo Inés quitándome la ropa interior y comenzando a tocarme.

Intenté desnudarla pero la ropa se movía en todas direcciones y no conseguía desabrocharle ni siquiera un botón de la camisa. Al final se quitó la ropa y se puso encima de mí. Inés tenía los pezones rosados por el frío de la habitación y tenía erizado su breve vello púbico. Le gasté una broma sobre el contraste entre el tinte rubio de su pelo y la pincelada negra que escondía entre sus piernas.

A duras penas consiguió que estuviese erecto y tuvo que luchar para ponerme el condón. La dejé hacer, que ella marcase sus ritmos y yo me limité a verla dando vueltas alrededor de mi pene, sobre mí, jadeando y sudando, viendo como sus pechos subían y bajaban a cada arremetida, como se movían de izquierda a derecha en un giro etílico. 

El ritmo se aceleró y yo cada vez me sentía más mareado. Se apretó las tetas y se tocó su sexo cuando llegó al orgasmo.  Se quedó quieta, con mi pene dentro de ella, recuperando el aliento y, al final, con cuidado, se la sacó, bajó de encima de mí y me quitó el condón. Hizo amago de ayudarme para que me corriera pero le dije que daba igual y se acostó a mi lado, colocando su nariz fría en mi cuello.

Inés olía a sudor y perfume, el mismo perfume que siempre había usado, el mismo perfume que ahora viajaba del pasado para inundar la habitación. Me vino a la mente el olor de princesa de Alma cuando se quitó el vestido y lo imaginé luchando contra aquel olor postcoito que Inés habría traído al cuarto. 

-Te comportaste como un capullo –me dijo tras un rato en silencio.

-Yo también me quiero. 

-Yo te quería.

-Quizá hasta aún lo hagas.

-¿Y tú? Dijiste que me querías.

-Y lo sigo diciendo.

-¿Que me querías o que me quieres?

-No me pidas tanto, mujer. 

Nos quedamos callados y no sé cuál de los dos se dormiría antes, sólo sé que cuando desperté ella ya estaba vestida. Me dio dos besos y me dijo que se iba, que quería ir a casa a darse una ducha, que había quedado con su novio. Cuando dijo “novio” sentí una patada en el estómago pero no dije nada. Salió de la habitación y a través de la puerta entraba el aroma de café y algo dulce, quizá pastitas de canela como las que nos había dado Carolina en su piso. Al parecer ellas dos ya estaban en pie. Quizá tendría que haber avisado a Inés. 

Rebusqué en la habitación hasta encontrar los calzones y, tras marearme al agacharme a recogerlos, me los puse, me lié un cigarro y salí a la aventura. Otro día de resaca, otro dolor de alma.

Fui a beber whisky pero el whisky se alejaba, lentamente, hasta que escuché el crujir del vaso chocando contra el suelo. 

-Ya van dos –dijo Yoel haciendo una seña a Dionisio que ya traía otro whisky, esta vez en un vaso de plástico–. No le pongas más, hombre... –escuché su voz que se quejaba. Yoel sonaba como si estuviese muy lejos, lo veía frente a mí como a través de un espejo empañado. 

Miré como Dionisio recogía el vaso y le dije que lo lamentaba con una voz pastosa que me costó reconocer que era la mía. 

-Quizá no deberías tener tanto miedo a comprometerte. También existe eso que llaman “amistad”, ¿sabes? –me decía Yoel mientras me sujetaba a la silla para que no me cayese de lado. 

-Rutina...

-¿Miedo a la rutina? Mírate, has convertido esto en una. 

-Se largaron sin más –le dije huyendo de Yoel-. Cuando salí de la ducha ya se habían ido, no dejaron una nota ni dijeron nada. 

-Ya estaba todo dicho, ¿no?

-Supongo que sí.

-O quizá no –me indicó Yoel haciendo que mirara a una chica que hablaba con Dionisio. Dionisio me señaló e Inés se acercó a nosotros. Había venido a rescatarme de Yoel y de su extraña y persuasiva forma de hablar. 

-Pensaba que no vendrías –le dije a Inés nada más acercarse.

-No habría venido si no fuese necesario –dijo con voz rara.

-Menos mal porque era necesario. –dije acariciándole la mejilla.  Inés me miró extrañada y se quedó paralizada, mirando a Yoel que negaba con la cabeza. Me acerqué a darle un beso. Sus labios respondieron al principio pero rápidamente se endurecieron e Inés cerró la boca. De repente noté un terrible golpe en la cara. De la hostia que me dio me saltaron las lágrimas y se me fue el whisky a los pies.

-Tenemos que hablar –dijo Carolina apartándose de mí y tocándose la dolorida palma de la mano-. Es por Alma. Problemas.